El fútbol se sienta a comer en restaurantes de lujo en el siglo XXI.
Ahora el fútbol es un espectáculo mediático gobernado por los grandes negocios y las cadenas de televisión. Son noticia los fichajes multimillonarios, el dinero que se reparten los equipos por los derechos de televisión y los idilios de los jugadores que protagonizan las galas rosas de las revistas del corazón.
Y aunque no son noticia, corren siempre rumores turbios de sobres, comisiones, cuentas oscuras...
El fútbol surgió como diversión de la clase obrera en los días de fiesta y se pegó a la piel de la existencia, a las ilusiones cotidianas. Hay que darle valor al balón que sube al cielo de los barrios, que cruza los descampados con charcos y piedras, que llena las tardes sin coches y las mañanas de domingo.
Ese fútbol popular late en el fondo de la memoria de todos los espectadores y en un sector muy importante de la realidad deportiva.
Las estrellas son visibles, pero por debajo están las canteras, las dimisiones bajas, las peñas, los equipos que tienen un fulgor humilde con olor a linimiento.
EL FUTBOL NO HA CAMBIADO Y NUNCA CAMBIARA.
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